lunes, 3 de noviembre de 2014

LOS AMORES PERROS DEL GOBIERNO

Textos: ABC / Fotografia: ÓSCAR DEL POZO
Ana Mato tiene perro. Un cocker cuyo nombre no me atrevo a preguntar porque estoy segura de que mi interés sería interpretado por el ministerio de Sanidad como una maldad. Nada más lejos de mi intención. Lo mío viene de antes de que Teresa Romero se contagiara del ébola, del día que la sección GentEstilo me propuso escribir algo agradable de leer sobre el Gobierno para las páginas light de ABC y a mí, que estoy empezando a leer el periódico de atrás hacia adelante para que me resulte más soportable, se me ocurrió la idea de contar cómo son las mascotas de los ministros por aquello de encontrar algo que les humanice, una tarea que no ha sido difícil: una vez que te acercas a un miembro del Gobierno con cara de que le vas a interrogar, este se siente tan aliviado de que le preguntes por su perro en lugar de por Acebes o Rato que se presta encantado de mantener una conversación sobre el tema.
De esa forma descubrí que Cristóbal Montoro tiene un gran cariño a sus mastines, que no usa, como cualquier pervertido podría suponer, paraperseguir a los defraudadores de Hacienda, sino para pasear los fines de semana por los alrededores de su casa en la sierra madrileña. El ministro tiene a gala, y así lo cuenta, que sus canes proceden de refugios de animales abandonados. Jorge Fernández se decanta por el tamaño pequeño. Su perrita, Lola, nada tiene que ver con esos pastores alemanes de la UDEF a sus órdenes que buscan fajos de billetes entre las pertenencias de Oleguer Pujol y el titular de Interior se limita a pasear con su mascota los fines de semana por las calles del centro de Madrid acompañado, qué remedio, de sus escoltas.
En la residencia del Palacio de La Moncloa también hay perro. Mariano Rajoy se lo regaló a sus hijos cuando la familia se instaló allí. Cuentan que es grande, rubio y de caza, pero el único que podría especificar la raza sería alguien a quien no voy a abordar para eso cuando sale corriendo por el pasillo del Congreso. El perro grande, rubio y de caza deambula por los jardines sin molestar a nadie, lo contrario de los dos cockers de la familia Aznar, que mordían a quienes les daba la gana sin reparar en el cargo, como se quejaba el vicepresidente Álvarez Cascos.
Aquellos cockers murieron y José María Aznar tiene ahora dos pastores alemanes que le acompañan en sus caminatas diarias de veinte kilómetros por los alrededores de su casa de Pozuelo. En verano se los lleva a Marbella y los pasea por allí. En Nerja hace lo propio Alberto Ruiz Gallardón, ya ministro dimitido, con su perra beagle y su perro labrador negro, a los que tiene adoración hasta el punto de llevar su imagen como fondo de su iPhone y mostrársela a cualquiera cuando se le presenta la ocasión. Esperanza Aguirre, por su parte, enseña en cuanto puede las fotos de sus nietos, pero también tiene una devoción especial por su perra Pecas, una Jack Rusell terrier tan inquieta como ella, a la que se llevaba a sus mítines en la última de sus campañas electorales.
Situación especial es la de ministros que, como mucha otra gente, aman tanto a los perros que no quieren mantener a ninguno de carne y hueso en su casa. Como Fátima Bañez, la titular de Empleo, que confiesa que sus dos hijos pequeños tienen que contentarse con ser dueños de numerosos perros de peluche. La culpa es de Willy, un pastor alemán con el que se crió y a quien llevó a sacrificar al veterinario cuando le llegó la hora, la única de su familia que se atrevió a hacerlo. Ni ha olvidado el momento, ni a Willy.

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